Loneliness.

Oyó como la puerta principal se cerraba de un portazo, y sin perder tiempo corrió a encerrarse en el servicio. Había debatido internamente qué lugar era el indicado y después de anotar las ventajas y desventajas del resto del apartamento había caído en la cuenta de que ese era el lugar indicado. ¿Por qué? Simple, porque allí podría encerrarse sin peligro de ser descubierta. Y sí, estaba sola, pero cualquiera podía llegar en cualquier momento.

Sin perder tiempo rebusco entre los cajones hasta encontrar la cuchilla de afeitar de su padre. Sí, ese iba a ser el instrumento. A pesar de que había leído por varios sitios de Internet que si ingería pastillas la muerte sería más rápida, no pensó en esa posibilidad, ya que ella creía ciegamente, que merecía el dolor que aquello la iba a causar. Con la mano, se quitó todas las pulseras que cubrían las marcas que se había hecho en esos últimos meses y temblando acercó la punta del instrumento a su muñeca y al clavarla unos milímetros tuvo que alejarla rápidamente, ¡mierda, tenía que relajarse! Inspiró y expiró repetidas veces, pero su mano no dejaba de temblar exageradamente.

Apoyó la cuchilla a su lado y se sentó colocando la espalda en su pared. Tienes que recordar por qué haces esto se recordó a ella misma vamos imbécil, no puedes echarte atrás. Ya es demasiado tarde. Entonces, por su cabeza pasaron cientos de imágenes que le hacían recordar porqué quería hacer eso. Porque simplemente, quería morir.

Empezó recordando los primeros insultos fea, gorda, idiota, imbécil, anticuada, cuatro ojos, pato después recordó los empujones, las caídas provocadas a mitad de clase que parecían divertir al resto, ya que siempre reían animados. Recordó los robos, los intentos de la gente para acercarse a ella para después humillarla una vez tras otro. Y por último recordó la paliza del viernes pasado, donde cuatro compañeros la habían rodeado y la habían dejado marcado todo el cuerpo. ¿No eran suficientes motivos? ¿No había sufrido demasiado?


Sin pensar en nada más agarró la cuchilla y la insertó en su piel. Gritó, y vaya si gritó, estaba segura de que todo el vecindario podía escuchar sus gritos, pero también estaba segura de que ese corte era el definitivo. Movió la cuchilla dentro de su piel mientras seguía gritando, y también llorando con todas su fuerzas. Mierda, tenía medio brazo partido. Gritó y sacó la cuchilla cansada y sin fuerzas para seguir moviéndola. Suspiró y miró el corte.
 Entonces, empezó a reír histéricamente, pero la risa no duró demasiado. 
Pronto, todo a su alrededor, se volvió negro.