Los nervios no le dejaban pegar
ojo. Con Leah, su chica, apoyada en su pecho intentaba dormir, pero para Jack
era inútil. Al día siguiente se marchaba, maldito
trabajo, y tendría que estar indefinidamente lejos de ella. Suspiró y con
cuidado de no despertar a Leah, se levantó con cuidado. Oyó como su chica
suspiraba pesadamente, asustado de despertarla se giró, pero se relajó al ver
como su respiración volvió a ser regular. Dormía plácidamente, algo muy común
en ella. Con cuidado de no hacer ruido camino fuera de la habitación. ¡Mierda, no quería irse!
Dio varias vueltas por el
pasillo hasta que de detuvo en seco. ¿Y
si algo iba mal? ¿Y si no volvía? No tardó mucho en tomar una decisión: le escribiría una carta a modo de despedida.
Sentado en el salón, había
escrito varias cartas que habían acabado en la basura. Pero esta parecía ser la
definitiva. Después de releerla unas cinco veces, oyó ruido que provenía de su
habitación. No tenía otra opción, esta era la carta.
Meses más tarde, Leah estaba
sentada leyendo un libro mientras tomaba un té preparado minutos antes. La
puerta de casa sonó, frunció el ceño ya que no esperaba visita. Cogió un
camisón para cubrirse y fue hasta la puerta de casa. Al abrirla el corazón se
le detuvo: no hacían falta palabras. Cerró los ojos con fuerza cuando unos
brazos la rodearon con fuerza, ni siquiera sabía quién era el tipo que la
estaba abrazando en esos momentos, pero se dejó hacer. La imagen que ella se
había encontrado frente a ella, fue de un hombre trajeado, con un par de
medallas sobre un traje de soldado acompañada por una bandera de su país. ¡Y joder, no hacían falta palabras para
saber que Jack había muerto!
Minutos más tarde, Daniel, el
joven que había ido a casa de Leah, y también
de Jack, se fue. Leah suspiró con un sobre en sus manos. Aún llorando
decidió abrirla, ya que Daniel había citado unas palabras textuales de Jack: si me pasara algo, hazla saber que la tiene
que leer en cuanto la tenga entre sus manos, ¡mierda que se lo tome con mi
primera y última orden! Leah no pudo evitar sonreír imaginándose a su chico
de esa forma, serio y arrogante mandándole al pobre Daniel la difícil tarea.
“Pequeña
Leah:
¿Recuerdas
nuestro primer encuentro? Oh dios, ese día estabas preciosa con tu bufanda roja
casi rozando tus ojos a causa del frío. Y mierda, sólo viendo esas pequeñas
perlas me enamoré de ti. (Odio ser cursi, pero si estas realmente serán mis
últimas palabras hacia ti, esto tiene que ser así).
Cada
palabra, recuerdo, canción, momento, día, noche, tarde, cena, comida, desayuno…
juro que cada momento a tu lado está malditamente grabado en mi cabeza. Tantos
momentos que… joder, fue imposible no querer estar lejos de ti.”
Leah siguió leyendo sin poder
dejar de sonreír. En la carta, Jack prácticamente escribió todos los momentos a
su lado. Después de largos minutos la carta llegó al final. Se maldijo a si
misma por no haberla leído más detenidamente, pero (para su mala suerte) iba
tener tiempo de sobra para releerla siempre que quisiera.
“Y
por último (y probablemente de lo más importante), quiero que recuerdes que
aunque (esté donde esté observándote) a mi me maten los celos (y quiera patear
el culo del cretino que tenga la suerte) quiero que seas feliz con otra persona.
Que rehagas tu vida. Y que aunque suene muy egoísta, no me olvides, por favor.
Ya que yo nunca podría olvidarme de ti.
Te
quise, te quiero y ¡mierda, siempre te querré!
Tu
(sí, solo tuyo) Jack.”